Es un momento decisivo para preguntarnos qué sentido tiene todo lo que desarrollamos a lo largo de nuestra vida.
Seguramente porque no nos apremia ninguna necesidad más primaria que haga salir al animal que llevamos dentro. Animal que no conoce la timidez, ni la vergüenza, ni el desengaño, ni la autoestima, ni la nostalgia, ni los complejos... nada de eso, solo la lucha por sobrevivir.
A lo largo de nuestra evolución, hemos sido capaces de llegar a un alto grado de confortable sofisticación para acomodarnos lo mejor posible a este territorio esférico y enigmático que es nuestro planeta.
Sin embargo, en el transfondo aún pervive el objetivo primario de supervivencia y el dominio de unos sobre otros:
- Los más inteligentes sobre los más desafortunados
- Los poseedores de tecnología sobre los más inhábiles y torpes
- Los más sagaces sobre los más ingenuos
- Los de una raza sobre otra
- Los de una tribu sobre otra
- Los de una religión sobre otra
- Las diferencias entre sexos
- Las diferencias estéticas y físicas
- Las diferencias psíquicas y sociales...
Siempre hay una excusa para el dominio más que para la asociación, para la opresión más que para la atracción y el convencimiento...
Pues bien, como en otras épocas de la humanidad, nuestra actual civilización occidental se encuentra en lo alto de la cumbre. El vértigo no nos permite discernir correctamente y ver como todo se desmorona y mostramos lo peor que llevamos dentro. La esencia animal se abre paso, mostrando su peor cara frente a la debilidad del grupo.
Pero afortunadamente, la esperanza emerge.
Aquellos que se diferencian, que avanzan sin temor a los encuadres sociales del momento y sin tener en cuenta límites ni prejuicios, dan un paso a una nueva era.
Entendamos que unos no son mejores que otros.
Que la superioridad no está en la posesión ni en los objetos, que realmente no existe el control ni la seguridad sobre la existencia. Que la teoría del caos nos aboca a una probabilidad incierta pese a todo...
¡Cuánto nos queda por aprender!
Darnos cuenta que nuestra respiración es la que marca realmente nuestro estado de ánimo. Y que el respeto, en lo más extenso en que esa palabra pueda alcanzar, es lo más importante.
Y amar lo esencial, en comunión con lo real y natural de la vida misma. Mezclarnos en la profundidad cuántica de las pequeñas cosas, que es lo que somos realmente:
diminutos seres valiosos pero limitados, brillantes pero perecederos
GRANDES CREADORES

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